El libro “Anécdotas y leyendas de la vieja Caracas” de Carmen Clemente travieso, publicado por el Concejo Municipal del Distrito Capital en 1971, al celebrarse el año sesquicentenario de la batalla de Carabobo (1821-1971). En estas páginas el lector podrá hace un recorrido por la memoria de la ciudad de Caracas. Carmen Clemente Travieso hace como una especie de reconstrucción de esta ciudad con las crónicas reunidas en este libro. Nos habla de cómo la ciudad de Caracas ha visto desaparecer lugares, puentes, plazas, así como costumbres y tradiciones. Sobre esta autora nos dice en el prólogo de este volumen Ernesto Silva Tellería lo siguiente: “Carmen Clemente Travieso es autora de una basta obra que la define como una de las valiosas escritoras de nuestro país. Pero, donde su obra aparece con mayor realce es en sus páginas acerca del pasado caraqueño, donde con pluma aguda y hondo sentimiento nativo, dejó trazada la historia, cercana y lejana, de la ciudad que la viera nacer. Quienes lean la hermosas páginas de Carmen Clemente travieso que integran el presente volumen, harán un viaje espiritual a través de una ciudad que sus ojos no podrán ya conocer jamás.” En ese viaje por la Caracas de ayer que hacemos a través de la lectura de este libro leemos crónicas como: La variedad de los dulces criollos; La dulcera María Luisa; Francisco Suñe Bertrán, fundador de Catia; Los juegos venezolanos: La zaranda, juego del trompo, el guataco; Caracas y sus tipos populares; La lavanderías chinas; Tres puentes de leyenda; La Casa Amarilla, primera cárcel colonial; El real asilo de Caracas, entre otras crónicas que dibujan la Caracas de antaño. Leamos entonces un fragmento de una de estas crónicas titulada: Los Mercados Modernos: “El Mercado Principal levantado por Guzmán Blanco en el mismo sitio donde estaba la Capilla y Convento de San Jacinto, era algo monumental por el abarrotamiento de frutas y legumbres que ofrecía: los pilones de naranjas y legumbres, los mameyes oloroso, las guayabas pintonas y maduras, las parchas granadinas y los cambures que eran vendidos una mano con 15 cambures por medio real; y los mangos, cuya evolución merecen capítulo aparte. Se ha dicho, y es cierto, que los tiempos de cosechas de la cosecha de mangos alimentaban al pueblo en sus hambrunas (…) Los mangos entonces no eran un comercio establecido: todo el que quería comerlos no tenía más que dirigirse a San Bernandino, o más allá, al Callejón de los Machado en los Dos Caminos para tomar todos los que quisieran”.