La voz de una mujer olvida palabras para hacerse sensación en la piel del cuerpo que habla en silencio. Lenguaje secreto que palpita en el corazón de los orígenes. Gestos que emergen desde las profundas grutas del deseo incontenible de abrazar y de besar la carne del placer, por donde corre la savia de sustanciales caricias. Esa mujer se desnuda en la palabra que se hace rebelde y desafiante por las calles del poema. Calles de la ciudad tropical de aquel Maracaibo de los años 1930, que aún guardan los ecos de esa voz, hecha memoria en sus esquinas. Nos referimos a los textos poéticos de la poetisa venezolana María Calcaño que ahora leemos en sus obras completas, publicada por Ediciones “Pancho el Pájaro” de la Sociedad Dramática de Maracaibo, 1996.
“Traigo miel en mi lengua” dice María Calcaño en uno de sus poemas, cuando las tintas de su escritura, también se hacen miel en la piel de ese cuerpo, que despacio va develando su hermosura, en cada palabra que sugiere impredecibles encuentros con la sensualidad y la pasión. La palabra de Calcaño invoca a Eros y se sumerge en la sangre ardiente de las más sentidas emociones. /Y el cuerpo sin límites/ /un extraño temblor/ nos dice más adelante, como si quisiera invitarnos a un viaje por los predios sin límites ni fronteras del cuerpo entregado a sus insospechados placeres. El cuerpo como templo donde las voces callan y se convierten en susurros a los oídos de silenciosas intimidades. El cuerpo que atrae a las abejas a su panal de aromáticos sudores y por el néctar de las flores, que se desliza por las cumbres de sus cálidos senos. También el colibrí del deseo viene a beber en estas fuentes el agua dulce de los sueños. En estos textos las palabras parecieran fusionarse con los movimientos del cuerpo encantado en su misma desnudez. Cuando el cuerpo habla las palabras abandonan la voz y se vuelven miel en los labios que las nombran. El cuerpo tiene su idioma, pero un idioma para ser sentido, en cada misteriosa sílaba que se escribe sobre la piel de las sensaciones.
María Calcaño (Maracaibo, (1906-1956). Obra: Alas fatales (Santiago de Chile: Editorial Nascimiento, 1935); Entre la luna y los hombres (Maracaibo: Ediciones Amigos, 1960); Antología poética (Maracaibo: Universidad del Zulia, 1983); Obras Completas (Maracaibo: Ediciones Pancho el pájaro, 1996).
“Traigo miel en mi lengua” dice María Calcaño en uno de sus poemas, cuando las tintas de su escritura, también se hacen miel en la piel de ese cuerpo, que despacio va develando su hermosura, en cada palabra que sugiere impredecibles encuentros con la sensualidad y la pasión. La palabra de Calcaño invoca a Eros y se sumerge en la sangre ardiente de las más sentidas emociones. /Y el cuerpo sin límites/ /un extraño temblor/ nos dice más adelante, como si quisiera invitarnos a un viaje por los predios sin límites ni fronteras del cuerpo entregado a sus insospechados placeres. El cuerpo como templo donde las voces callan y se convierten en susurros a los oídos de silenciosas intimidades. El cuerpo que atrae a las abejas a su panal de aromáticos sudores y por el néctar de las flores, que se desliza por las cumbres de sus cálidos senos. También el colibrí del deseo viene a beber en estas fuentes el agua dulce de los sueños. En estos textos las palabras parecieran fusionarse con los movimientos del cuerpo encantado en su misma desnudez. Cuando el cuerpo habla las palabras abandonan la voz y se vuelven miel en los labios que las nombran. El cuerpo tiene su idioma, pero un idioma para ser sentido, en cada misteriosa sílaba que se escribe sobre la piel de las sensaciones.
María Calcaño (Maracaibo, (1906-1956). Obra: Alas fatales (Santiago de Chile: Editorial Nascimiento, 1935); Entre la luna y los hombres (Maracaibo: Ediciones Amigos, 1960); Antología poética (Maracaibo: Universidad del Zulia, 1983); Obras Completas (Maracaibo: Ediciones Pancho el pájaro, 1996).
NARDO PURO
Yo vengo de un lejano
monte desconocido,
con un pecho en la mano
como un nardo dormido.
Como la otra perdida
traigo miel en la lengua
y el vientre partido
como luna en menguante.
Llama de mis cabellos
que alimentan los vientos
libres de cien caminos!
Con el paso inquietante
traigo tintos los ojos de un azul deslumbrante…
y estoy sangrando
como sangran las nubes de diamante.
Pero esta mano llena
de sagrados ungüentos
en sabores me sube
el amor…como a Magdalena.
CARNE
Carne…,
difunde el aliento
de tu pecado más hermoso
tú eres como un jardín.
Vacíate
en el que quiebra
el tapiz de oro de tus vellos.
Dócil
como las criaturas que esperan a Dios.
Prende
como rosas desnudas
las cien cabelleras desordenadas.
Carne…Carne mía!,
intensamente llama,
intranquila, poseedora:
abre!,
tú eres como un jardín.
RECODO
En aquel rinconcito
me esperaba el amor.
Lámina de pradera:
por un hueco de luz,
la carretera
y un pedacito azul
de cielo…
Ansias. Nubes.
Me esperaba el amor,
con un gusto ignorado
en el beso completo
y en el cuerpo sin límites
un extraño temblor…
En aquel rinconcito
me esperaba el amor.
Y más tarde me sentía
tanto dentro del pecho
que el dolor me nacía…
PUERTO
Era perversa
con mi botín de hombres.
El me retuvo…
En mis manos
no pesaban sus manos
de riqueza impoluta.
Y eran dos
llamaradas de ternura
sus ojos.
Despertó en mi vida
como un índice
de soldadura.
El alba ya no pudo negarme.
Y el amor era una hostia
gritada de milagro.
LA TOMA
Me trepan las raíces
de tus manos amadas
y arropada en caricias
ya casi no me veo!
Me saltaste tan sólo
la blancura serena;
seguros de la noche
me moldearon tus brazos,
y fue un enredo fácil
la fiesta inagotable.
Hombre partido en cien
que me fuerzas la vida!,
en mis pechos desnudos
desata tu rudeza,
para que tengan ellos
ese duro barniz
que les falta de hombre.
NUEVA
En estas tardes claras y buenas
cuando parece que todo es nuevo
en las pupilas algo me traigo,
regreso fruta de buen otoño.
Voy minuciosa por el sendero:
en cada hombre veo un amante
y millonaria de la distancia
estoy a caza de los luceros.
Luego mi hombre cuando me toca,
me encuentra extraña para su boca,
me apura íntegra como a un panal.
Y toda en sueños, fragante y nueva,
así me dice con dulce enredo:
este inquietante sabor que tienes!
Yo vengo de un lejano
monte desconocido,
con un pecho en la mano
como un nardo dormido.
Como la otra perdida
traigo miel en la lengua
y el vientre partido
como luna en menguante.
Llama de mis cabellos
que alimentan los vientos
libres de cien caminos!
Con el paso inquietante
traigo tintos los ojos de un azul deslumbrante…
y estoy sangrando
como sangran las nubes de diamante.
Pero esta mano llena
de sagrados ungüentos
en sabores me sube
el amor…como a Magdalena.
CARNE
Carne…,
difunde el aliento
de tu pecado más hermoso
tú eres como un jardín.
Vacíate
en el que quiebra
el tapiz de oro de tus vellos.
Dócil
como las criaturas que esperan a Dios.
Prende
como rosas desnudas
las cien cabelleras desordenadas.
Carne…Carne mía!,
intensamente llama,
intranquila, poseedora:
abre!,
tú eres como un jardín.
RECODO
En aquel rinconcito
me esperaba el amor.
Lámina de pradera:
por un hueco de luz,
la carretera
y un pedacito azul
de cielo…
Ansias. Nubes.
Me esperaba el amor,
con un gusto ignorado
en el beso completo
y en el cuerpo sin límites
un extraño temblor…
En aquel rinconcito
me esperaba el amor.
Y más tarde me sentía
tanto dentro del pecho
que el dolor me nacía…
PUERTO
Era perversa
con mi botín de hombres.
El me retuvo…
En mis manos
no pesaban sus manos
de riqueza impoluta.
Y eran dos
llamaradas de ternura
sus ojos.
Despertó en mi vida
como un índice
de soldadura.
El alba ya no pudo negarme.
Y el amor era una hostia
gritada de milagro.
LA TOMA
Me trepan las raíces
de tus manos amadas
y arropada en caricias
ya casi no me veo!
Me saltaste tan sólo
la blancura serena;
seguros de la noche
me moldearon tus brazos,
y fue un enredo fácil
la fiesta inagotable.
Hombre partido en cien
que me fuerzas la vida!,
en mis pechos desnudos
desata tu rudeza,
para que tengan ellos
ese duro barniz
que les falta de hombre.
NUEVA
En estas tardes claras y buenas
cuando parece que todo es nuevo
en las pupilas algo me traigo,
regreso fruta de buen otoño.
Voy minuciosa por el sendero:
en cada hombre veo un amante
y millonaria de la distancia
estoy a caza de los luceros.
Luego mi hombre cuando me toca,
me encuentra extraña para su boca,
me apura íntegra como a un panal.
Y toda en sueños, fragante y nueva,
así me dice con dulce enredo:
este inquietante sabor que tienes!