La Colección de Libros y Manuscritos de la Biblioteca Nacional de Venezuela, ofrece para su consulta los manuscritos del notable escritor, ensayista y poeta venezolano Orlando Araujo. Dichos manuscritos cubren buena parte de la obra del referido escritor y son considerados de vital importancia, para el estudio de las diversas versiones de los títulos publicados por este autor. Estos manuscritos son en su mayoría hológrafos y mecanografiados con importantes notas y correcciones. Dentro de sus manuscritos cabe destacar el original de Compañero de viaje, una de sus obras más conocida en el panorama literario del país. Sin embargo, cabe destacar que en esta colección puede notarse la presencia de una significativa cantidad de poemas sueltos, cosa que llama la atención, por cuanto que Orlando Araujo es conocido más por su obra narrativa y ensayística que por sus creaciones poéticas. Anexo a los referidos manuscritos encontramos recortes de prensa con artículos sobre aspectos de la vida y obra de este creador venezolano. En las líneas siguientes nombraremos algunos de los títulos que forman parte de este legajo de manuscritos literarios: Elia en azul; Barinas son ríos, el tabaco y el viento; Una poesía con dolor de ausencia; Las cosas no vuelven; Tobías; Contra la ira templanza; La obra de Enrique Bernardo Núñez; La ciudad sin niños; Un buen baquiano es Virgilio; Guerra a muerte; Samuel; Ensayo sobre Andrés Eloy Blanco; La palabra estéril; Punto de partida; Más allá de la niebla; Cómo se forma y cómo se pierde un novelista; De cómo Gonzalo Aponte en una sola jornada viajó quinientos años; Canción hecha de amor a Pablo Neruda; La siderúrgica y el Capital Extranjero; Operación Puerto Rico; La Petroquímica y el Capital Extranjero; Cancionero popular venezolano; Pequeña burguesía; La ciencia de la literatura; El niño y el caballo, entre otros. Así leemos en algunas de sus páginas lo siguiente: “Habían desaparecido las calles de piedra. Acción Democrática puso el cemento, Copei quitó los techos de palma y puso techos de zinc, y un curita del Opus Dei mandó mudar el cementerio de la colina al Guarebe, sitio donde antes del progreso enterraban los caballos. En vez de patios, garages...”